Pasaron tres días para poder levantarme de la cama y ser capaz de ver la luz al recorrer la vieja cortina percudida que cubre la ventana de mi habitación.
Pasaron dos días para que la jaqueca se marchara y entender que mi estrés era producto de la ineficiencia de otros.
Paso un día para darme cuenta que sigo desperdiciando mi vida, pensando en otros, trayendo pasados, y construyendo futuros sin fundamento. Pasaron 24 horas para reconocer que sigo sin querer estar, sin querer ser, sin querer vivir.